Dudar, siempre.
Me dicen que hago mal en generar dudas en mi alumnado. Me dicen que tengo que darles la respuesta correcta y al momento, no vaya a ser que piensen demasiado. Me dicen también que es mejor que yo misma les oriente y les diga que deben pensar, que preferir o que elegir. Tal vez, hasta que deben sentir.
Me dicen también que no es necesario que entiendan lo que estudian, con que aprueben es suficiente. ¿Para qué mal gastar el tiempo en ello? Me dicen que no está bien que les pida que lo que aprendan y estudien intenten relacionarlo, ¿para qué? Sino va a servir de nada. Dicen que tengo que orientarles por ciencias porque, claro, las letras y sociales no sirven para nada. Eso es estudiar y ya. ¿Para qué tienen que estudiar filosofía? Si eso no sirve de nada. No. Simplemente es una de las pocas asignaturas que les enseñará a desarrollar pensamiento crítico tan innecesario en esta sociedad (notase la ironía). No hay más. Que una academia-gabinete tiene que estar centrada en que hagan los deberes y punto.
Y todo esto, para conseguir la terrible realidad social de la época. Una sociedad conformista y cibernética que no solo no se plantea nada, ni si quiera quiere plantearse. Una sociedad que acate, que sea sumisa y terriblemente infeliz ¿Cuántos quieren realmente estudiar esa carrera? “Es que tiene muchas salidas”. Ese es el único argumento que tenemos. Y ellos-as, ni si quiera pueden decir que no, por que no han tenido la oportunidad de pensar por ellos-as mismos-as. Por que desde que son niños-as nos hemos dedicado a dirigirlos, en ocasiones por donde a nosotros nos habría gustado ir. Y llega el día que tienen que elegir no que quieren estudiar, sino que quieren y esperan de su vida, que es SUYA. No nuestra. Y se quedan en blanco y se dan cuenta de que ni si quiera saben que les gusta. Por que se han pasado media vida haciendo lo que la sociedad esperaba de ellos: que hablen inglés, francés, chino, deporte escolar, música y encima, que no bajen del notable a nivel académico. Niños-as y adolescentes que no tuvieron ni si quiera tiempo de pensar, de opinar, de reflexionar. Y luego, los adultos queremos niños y niñas autónomos. ¿Para qué? Si la sociedad lo que espera de ellos es que produzcan y no que pongan en duda la propia sociedad tan terriblemente desigual e individualista que les ha tocado vivir.
Ojalá dedicáramos el mismo tiempo que dedicamos a orientarles y corregirles a generarles dudas. Que duden. Que duden de lo que nosotros los adultos les decimos, que sean capaces de buscar sus propios argumentos, su propia perspectiva de la realidad. La duda ayuda a reinterpretar el mundo que nos rodea. Pero tenemos miedo. Miedo de que nos corrijan, de que nos dejen en evidencia. De aceptar que ese autoritarismo es solo un reflejo de nuestra propia incompetencia e inseguridad y que, muchas veces no somos capaces de responder a sus preguntas.
Ojalá se les enseñara desde todos sus ámbitos a dudar.
Por que solo con eso conseguirán confiar más en ellos mismos y por qué la verdadera opinión que les tiene que importar a la hora de qué camino elegir, es la suya.
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